Sábado de Gloria, Sábado de Luto

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Yo nací un sábado de gloria, un día después de Viernes Santo, un día antes del Domingo de Resurrección. ¿Pero qué gloria hay en un sábado de luto? Hoy es día de contemplar la muerte. Ayer el poder imperial y/o religioso torturaron a nuestra gente. Esta es la lucha nuestra de todos los días. Nos agobian recuerdos y noticias de personas torturadas y “desaparecidas” (personas que gobiernos torturan por razones políticas, las matan, y se deshacen de sus cadáveres sin que nadie sepa dónde, así no dejan evidencia de sus violaciones de derechos civiles, ni permiten a los familiares de las víctimas enterrar a sus muertos). Se repite la historia. La historia de la gran conquista de las tierras que hoy llamamos las Américas y el genocidio que le acompañó nos persigue en el presente. Los regímenes de la modernidad hacen lo mismo: tortura, muerte, desaparecidos. Esa es la historia de Jesucristo: tortura, muerte, desaparecido.

Mi recuerdo asocia sábado de gloria con días nublados y constante llovizna. La naturaleza llora y lamenta la muerte de Jesucristo. La encarnación rechazada por los poderes de este mundo yace muerta en una tumba nunca usada y su cuerpo arropado en un lienzo. Imágenes contrastan en mi memoria. Una niña recién nacida arropada en una frisa rosada yace en una cuna plástica en un hospital en Mayagüez, Puerto Rico. Un hombre de aproximadamente 33 años yace en una tumba dentro de una roca o montaña rocosa, arropado en un lienzo con especias aromáticas (Jn. 19:40). La niña estrena la vida. El hombre estrena la muerte. Contrastan la vida y la muerte. Más de mil novecientos años y un gran océano hoy llamado el Atlántico los separan. Los une un día: el sábado de gloria. ¿Pero qué gloria hay en un sábado de luto?

A Jesucristo lo enterraron de prisa, en secreto, hombres ricos o “importantes” usando sus recursos y sus conexiones con el gobierno. Hombres “honorables” vienen a limpiar lo que los poderes de este mundo ensuciaron. Usan lo que tienen para honrar al Jesucristo desacrado. Más de mil novecientos años después un hombre honorable y cristiano, conoce a su hija, ahora fuera del vientre. Esa hija soy yo. Nací en medio de un gran dolor de parto (contracciones cada 5 minutos o menos) por más de 17 horas. Llamaron al ginecólogo y pediatra cuando se alteraron mis signos vitales en el vientre y no se producía la “dilatación esperada.” Mi llegada “interrumpió” su fin de semana largo y “feriado”. Mi mamá dice que soy un milagro de vida porque si no hubiéramos estado en una clínica, hubiéramos muerto en el parto. Su vientre hubiese sido mi tumba.

Cada evangelio tiene su versión de los hechos y cada versión tiene su propia sazón. Mateo 27 le recuerda a su audiencia que hay rumores de resurrección y para estar seguros de que el muerto siga muerto “aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia” según sabían hacerlo (Mt. 27:66, RV1960). Mientras tanto Juan borra la existencia de las mujeres. Las hizo presentes junto a la cruz de Jesús (Jn. 19:25) pero no las menciona en su sepultura. Al narrar la sepultura de Jesús, Juan menciona por nombre solamente a José de Arimatea y a Nicodemo. Según Juan, fueron ellos quienes envolvieron el cuerpo de Jesús en lienzos con especias aromáticas. Me pregunto si lo que era costumbre para sepultar entre los judíos era trabajo de hombres ricos o de mujeres pobres. Pero ahí está Nicodemo. Ésa es la sazón de la versión de Juan sobre la sepultura de Jesucristo. Ahí está el fariseo que vino de noche a conversar con Jesús y no entendía qué quería decir eso de nacer de nuevo. Ahí está el hombre que preguntó, “¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (Jn. 3:4) Su mera presencia es suficiente para activar en mi memoria la conexión milenaria en la tradición cristiana entre vientre y tumba. En el vientre se gesta la vida humana. En la tumba se gesta la resurrección. Pero no nos apresuremos.

Mañana celebraremos una vez más la resurrección del Cristo. Hoy, sin embargo, es sábado de gloria, es sábado de luto. Es día de contemplar la muerte. Es día de meditar en la brevedad de la vida y la certeza de la muerte. Es día de recordar que tal vez los discípulos de Jesús no podían recordar promesas de resurrección. El dolor de la muerte de Jesús y el miedo a ser los próximos nos desgarra el alma. El tiempo pasa despacio. Sábado es día de descanso. Sábado de gloria es día de luto por los torturados, asesinados y desaparecidos. Para mi madre fue el día de luchar por su vida y la mía. Luego su cuerpo de recuperaba de nueve meses de gestar vida. Para mi padre fue el día de ver la niña de sus ojos. Para mí es el recuerdo de ciclos de muerte y vida y una oportunidad más para pedir el espacio para el lamento, la tristeza y el llanto.

No me apresuren a celebrar vida cuando hay tanta gente que no la tiene plena. No me apresuren a celebrar la resurrección cuando vivo con depresión. Mañana celebraré y bailaré y sentiré la alegría del Señor, pero hoy no. Hoy quiero sentir mi tristeza tan intensamente como mañana sentiré mi alegría. Hoy pido el espacio para vestir el manto de luto, para sentir mi tristeza, para levantar el llanto por los torturados, muertos, y desaparecidos; para denunciar las fuerzas malignas que todavía hoy día explotan nuestras tierras y matan a nuestra gente; para llorar más de dos mil años de imperios que matan y revolucionarios que no han logrado completar el establecimiento del parentesco de la Gran Fuerza Divina de Vida aquí en la tierra.

Sábado de gloria es el tiempo en que vivimos. Después de la muerte del Edén y antes del regreso al paraíso, esperando que se complete un sistema de vida diferente que realmente honre la pasión que tiene Dios por el bienestar integral de los seres humanos, de toda la creación y del cosmos. Hoy es sábado de luto y lo que quiero es llorar y pedir a la hermandad cristiana que llore y ore conmigo. Esa es la Gloria en un sábado de luto.

Roca Fuerte, Fortaleza nuestra,
Nuestro refugio y nuestro castillo,
En ti vivimos y en ti morimos.
En ti nos movemos y hoy te pedimos
perdón por los genocidios,
perdón por las torturas, las muertes, y las personas desaparecidas.
Danos la fuerza para hoy descansar,
para renovar energías
y conectarnos con Tu Sabiduría.
Danos la fuerza para mañana resucitar
y construir contigo un mundo fraternal. Amén.


Lis Valle-Ruiz es Profesora Asistente de Homilética y Adoración y Directora de Vida de Adoración Comunitaria en el Seminario Teológico McCormick, Chicago, Illinois.

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