Cuarto Domingo de Cuaresma

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Joshua 5:9-12; Psalm 32; 2 Corinthians 5:16-21; Luke 15:1-3, 11b-32

Es interesante ver lo que incita a la gente. Gracias al internet, podemos tener un vistazo a que es lo que llama la atención y ocupa espacio en la red. Hace unos días las redes se desbordaron con la noticia de un reggaetonero que dejó a sus fanáticos en estado de shock cuando, en vez de interpretar sus famosos hits glorificando una vida de drogas y fiestas, comenzó a hablar de Dios y su arrepentimiento. Hubo fanáticos del artista que se disgustaron y se fueron del concierto. Confundidas, otras personas se quedaron en el concierto a ver lo que estaba pasando. Aun aquellos y aquellas que no fueron al concierto o previamente conocían el nombre del artista, ofrecieron sus opiniones por las redes. Dentro de los comentarios que leí, uno me llamó la atención con la frase, “con todo y sin nada.”

En su concierto, el reggaetonero testificó a la audiencia enumerando todas las pertenencias, ganancias, y relaciones que tenía a su disposición. Él contaba que había estado en la empresa desde la edad de 15 años y había visto mucho, experimentado de todo, y que con todo se sentía vacío. A su parecer, él lo tenía todo; aun así, estaba sin nada. Quedaba en él un vacío que por mucho tiempo trató de llenar por medio de un sin número de cosas. Arrepentido del daño de su influencia, el cantante se disculpó profusamente sobre las letras de su famosa canción y afirmó que solo Dios pudo llenar el vacío en su vida.

Aunque nos acerquemos a esta historia con cierto nivel de sospecha, las lecturas designadas para el día de hoy nos piden acercarnos con expectativa de lo que Dios puede hacer. Las lecturas de hoy nos invitan a reconocer las posibilidades presentes para quienes han experimentado la libertad del oprobio—la redención—por medio de la intervención de Dios en sus vidas. En las cuatro porciones bíblicas hay mención de celebración, de regocijo y obras nuevas. Dios remueve la vergüenza, perdona transgresiones y hace todo nuevo. En particular, Lucas 15:11-32 presenta todos estos elementos en una sola historia. Jesús, por medio de la parábola del hijo pródigo, demuestra lo que dice el salmista David en el Salmo 32:1, “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado.”

La parábola del hijo encontrado sería perfecta si concluyera con la expresión feliz del padre en el verso 24, “porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.” No obstante, la historia no cierra sin antes añadir lo que sucede hasta en las mejores familias. El hermano mayor se enoja al enterarse que su padre hizo tremenda fiesta al hijo quien malgastó la herencia en prostitutas y en la vida de placeres. Con brazos cruzados y con cejas fruncidas se niega a celebrar y recibir a su hermano. Y ahora la parábola hace hincapié al motivo por cual Jesús la comparte. El hermano mayor representa a quienes viven “con todo y sin nada.”

El devocional de hoy incluye más que una mirada a la parábola del hijo encontrado. Te invito a mirar de nuevo la respuesta del hermano mayor. Te invito a que no lo juzgues con demasiada dureza por su reprimenda y su rabieta al ver la celebración de su hermano. Tengo la firme sospecha de que en algún momento de nuestras vidas también hemos pasado por eso. Hemos sido el hermano mayor. Es fácil identificarse con el niño encontrado. Pero si realmente reflexionamos y escudriñamos nuestro corazón, a menudo, nos encontramos en el lugar del hermano mayor. Vemos la celebración de quienes, a nuestro parecer, no lo merecen y, en nuestra arrogancia, nos irritamos. “Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase (v. 28). Nos molestamos cuando no ven y premian nuestra “fidelidad.” “Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo” (vv. 29-30). Nos llamamos fieles y abrazamos la fe cristiana, pero no vivimos con mentalidad de hijas. “Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas” (v. 31). De hecho, me atrevería a decir que la celebración del hermano menor fue necesaria para que nos diéramos cuenta de que el joven pródigo no era el único muerto y en necesidad de revivir y perdido y necesitado de ser hallado. Como hermanas mayores, con actitud de “con todo y sin nada”, necesitamos redención y necesitamos aceptar con alegría la invitación a la celebración.

Oración:

Dios de gracia y misericordia, gracias por tu amor infinito. Tú eres el Dios que remueve la vergüenza. Eres quien perdona nuestras transgresiones. En el sacrificio de tu Hijo Jesucristo, todo lo haces nuevo. Venimos a ti, con corazones arrepentidos. Ponemos delante de ti nuestras actitudes de hermana mayor. Perdona nuestra arrogancia. Perdona nuestra falsa fidelidad. Te pedimos que restaures nuestra relación contigo. Nuestro testimonio será que tú perdonaste todos nuestros pecados y ahora somos una nueva criatura porque hay reconciliación por medio del sacrificio de tu hijo, Jesús. En su nombre oramos. Amén.


Dra. Leslie Díaz-Pérez es natural de Puerto Rico. Vive su pasión sirviendo por medio de la enseñanza. Como educadora, ha trabajado como maestra de educación especial por más de dos décadas. Actualmente es la Directora del Centro Latino de McCormick Theological Seminary y brinda apoyo a estudiantes y líderes en su capacitación teológica. 

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